La realidad es true crimen
No conozco a un solo terrorista que se reconozca como tal. A un acto terrorista responden con otro. Es el cuento de nunca acabar

Veía yo tranquilamente un telediario, no sé de qué cadena, haciendo honor a mi condición de persona inútil y sin otra expectativa vital que pasar el tiempo hasta que la Parca se digne pasar a recogerme. Me acuerdo de Albert Camus que, en El mito de Sísifo, explica cómo el suicidio es el único problema filosóficamente relevante. ¡Noooo, no me jodas Sísifo! Tengo que impartir un curso de Novela histórica en la Universidad de Alicante. Tengo que documentarme porque del curso – hasta la grandísima Carmen Posadas dice que escribir una novela a muchas manos es imposible, como afinar una orquesta con cada músico de su padre y de su madre-. Tengo que buscar un guion, y proponerlo a los alumnos, para hablar de la influencia que han tenido a lo largo de la historia los confesores de los reyes en las políticas de España, tengo que empezar las clases en enero y pactar con Marina Becquet y su editorial la edición. No tengo tiempo de suicidarme ahora y darle la razón al Nobel Camus de que pegarse un tiro es una buena salida para la mierda en que nos encontramos sumergidos.
Veía yo un telediario, digo, enfrascado en esos alegres pensamientos y sale un pequeño reportaje, afirmando que el true crimen es lo que se estila. Estamos llenos de frases inglesas y, nosotros, que en los curas claretianos dábamos francés, no tenemos ni puta idea de estos anglicismos. Dábamos francés y cobrábamos porque el cura que impartía aquellas clases cochambrosas con un magnetofón de bobinas – esto es true crimen real- era un trastornado sexual sádico, Tomás López se llamaba – por favor si el viejo vive que se querelle que vamos a tener espectáculo- que disfrutaba dando hostias como panes a los niños de sus clases. Le voy a refrescar la memoria al sádico Tomás: clase de francés con el magnetofón. “au revoir…et bon voyage”, decía una señorita empalmante para la represión sexual del año 65, aunque yo no sabía, aunque era eso. Y usted, ensotanado cabreado, que es lo mismo por reprimido, dijo: el que se ría, se va a enterar. Yo, que he sido siempre imbécil, incluso para escoger al amor de mi vida que me ha dejado plantado, me reí cuando la chica repitió: “Au revoir et bon voyage”. Imbuido usted del espíritu apostólico propio de la orden, del mensaje formativo del Padre Claret – ese entra para los alumnos del curso que empieza en enero en la Universidad de Alicante- se vino hacia mi y sin avisar – tenga en cuenta que yo era un niño peligroso de diez años- me soltó el mayor hostion que he recibido en mi vida. No sé si fue a mano abierta o con el puño. Solo que tras el cataclismo – un tío, sádico sexual y maricón, de treinta años contra un niño de diez- di con mis huesos en el suelo sangrando por la nariz y el oído como un becerro degollado para filetes.
No tenía a quien quejarme porque mis padres no estaban, andaban por Alemania haciendo turismo. Perdón emigrantes que mandaban marcos para equilibrar la economía franquista. José Arenas, catorce años porque le costaba aprobar los cursos, un niño de Molvízar, fuerte y salvaje, más basto que unas bragas de esparto como solo saben serlo los de esa zona de Granada se puso en pie y le dijo al cura parguela: eso no se le hace a un niño chico, péguese usted con los de su parejo. Yo andaba preocupado limpiando la sangre con las mangas para no empeorar la situación pues el suelo de la clase parecía el del matadero local y preocupado porque tampoco tenía otro jersey que ponerme mientras se lavaba el ensangrentado. Todo eran dificultades en aquella época mucho más negra que una novela negra. No obstante, vi al cura embestirse hacia Arenas. Aquel no estaba desprevenido como yo. Agachó la cabeza y fajándose como los buenos boxeadores le daba al cura alternativamente en el hígado y en el estómago, con una violencia ajena a los coscorrones que recibía y que sorprendió de manera profética al ministro del Señor. Los dos fuimos expulsados del colegio: yo por sangrar al recibir el hostión por reírme y poner el suelo perdido y porque darme sordo – sodera que incrementó la mili en artillería y que ha hecho que el amor de mi vida me desprecie por no querer llevar pinganillos de seis mil euros el par- y Arenas por dejarle el hígado al parguela un tanto perjudicado.
No conozco a un solo terrorista que se reconozca como tal. A un acto terrorista responden con otro. Es el cuento de nunca acabar
Me depositaron en la estación del tren – clarísimo abandono de menores – Arenas se fue, pero a mi fueron a recogerme al rato porque un cura bueno, el padre Eduardo Monge, años después misionero en Filipinas, cayó en la cuenta de un detalle sin importancia. Dos: yo no tenía casa a la que ir y no tenía ni idea de cómo llegar hasta Alemania y mi concurso era esencial porque cantaba somo solista en el coro – los niños del coro, recuerden- con el que aquel colegio tétrico, se lucía en misas mayores y comunidades de monjas de los contornos. No sé, lo tengo que pensar si prefiero a Sánchez y a Puigdemont, antes que aquel cura sádico que se iba de varilla dando hostiones a los niños, una clarísima variante de la pederastia. No hay que tener imaginación, he ahí el true crimen en vivo. El padre Monge era bueno, ni pederasta ni torturador de niños. Un hombre bueno al estilo de Machado.
¿Qué es el true crimen? Hay que ir a la Wikipedia: es un género literario y cinematográfico de no ficción – ese es el que le gusta a mi editor Gregori Kerrigan, el de Al revés- en el que el autor examina un crimen real y detalla las acciones de personas reales.
No vale inventarse historietas más a menos escabrosas. Lo que vende es la realidad cruda una señora que, harta de que su marido la violara y le diera de hostias cada vez que quería, en Vitoria recuerdo hace más de treinta años, compro un cortamatas potente y le rebano el pescuezo poniendo la habitación entera como si hubiese entrado en ella un pintor loco repartiendo brochazos de rojo. Otra señora, psicópata y celosa del marido camionero, mató a los dos niños estrangulándolos con el cable del móvil. Maje o Rosa, famosas por sus múltiples novios, convencieron a uno de ellos para que se cargara a sus propios maridos/novios como muestra de amor. ¿Quién dijo que las mujeres no asesinan? Asesinan para que luego los mortales de a pie disfrutemos con Úrsula Corberó y soñemos con ella como mujer de bandera inalcanzable por nuestra edad y nuestra cochambrosa situación en conjunto, sin entrar en detalles.
Mientras andamos aquí mariconeando con el pico de Rubiales y con la amnistía, con que Puigdemont quiere un ministerio u otros doscientos mil millones para impulsar una consulta popular imprescindible para Cataluña, se desata un true crimen que nos va a durar más de lo que pensamos: llevamos cuatro mil años de problemas porque Palestinos y judíos dicen que Dios ha dicho que esa tierra es suya. Desde que Abraham – un mito- salió de Irak, desde que Moisés – otro mito- salió de Egipto y señaló en el monte Nebo, en la actual Jordania, la tierra prometida palmándola allí mismo sin poder entrar, andamos a vueltas con la cuestión, que hay que ser gilipollas.
Hamás, el movimiento de resistencia islámica fundado por aquel abuelito inválido, pero con mucha mala leche, en 1987, es primo hermano de Hezbolá, nito de los Hermanos musulmanes y hermano de sangre – nunca mejor dicho- de todos los movimientos islamistas, panarabistas y defensores de la sharía y el califato universal como solución a los problemas del mundo. Su financión esencial viene de Irán y de los Saudíes que tienen tantas caras como millones de petrodólares para atender a uno – los americanos- y a sus contrarios.
Hamás ha desatado un ataque sorpresa y criminal que ha pillado en bragas al Mosad y a todo el ejército y las defensas judías. Como dice Pérez Tapias, mi compañero de pupitre, pero a él no le pillaron los hostiones del psicópata Tomás López porque tenía aquí a sus padres. ¡Qué pena que no ganara cuando disputó la secretaría socialista a Sánchez!, como dice Pérez Tapias: “A los crímenes de Hamás, responde Israel con su genocidio sobre la población de Gaza – conozco bien la zona, me la he pateado- Y la espiral de violencia seguirá acentuándose”.
No conozco a un solo terrorista que se reconozca como tal. A un acto terrorista responden con otro. Es el cuento de nunca acabar. Y el amor de mi vida, alienado, mira para otro lado. ¡Mierda ando como en aquella estación cuando la expulsión por manchar de sangre el suelo de la clase! ¡Qué irresponsabilidad, qué falta de cuidado con el edificio del colegio Aliatar y con el mobiliario!
Señor, llévame pronto.