COLUMNA DE OPINIÓN de Andrés Maestre: “Newtral”
El periodismo es la mejor receta contra las noticias falsas. No necesitamos a Ana Pastor con su herramienta Newtral para que nos diga qué se puede publicar y qué no.

La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado – lo dice el art. 1.2 de la Constitución Española-. Este es el principio teórico en el que se basan todas las concepciones de la democracia y que hoy tiene aceptación universal como fuente de todo poder y autoridad. La doctrina es de Rousseau: “El pueblo no debe nada a sus gobernantes, que son servidores, escribientes o mensajeros de la voluntad popular”. Hay quien no lo entiende así y prefiere al gobernante del modelo de «El Príncipe» de Maquiavelo. El que ostenta el poder absoluto y derroca a quien piensa diferente. Siento que hoy en día prolifera este arquetipo entre gobernantes y sus fieles servidores –besamanos incondicionales; incluidos algunos periodistas-.
No confundamos lealtad con la ausencia de crítica. En un Estado de Derecho la crítica es fundamental. No se entiende la democracia sin periodismo, sin diferencia de opinión y sin poner en duda a quien ostenta el poder. El papel de los medios de comunicación es imprescindible, y cuanto más críticos sean más necesarios son. En una crisis es esencial que haya un contrapoder que fiscalice al Gobierno y divulgue sus torpezas. Para vanagloriar al líder ya están sus asesores y los miles de seguidores que le defienden contra viento y marea.
El periodismo es la mejor receta contra las noticias falsas. No necesitamos a Ana Pastor con su herramienta Newtral para que nos diga de parte del gobierno qué se puede publicar y qué no
El periodismo es la mejor receta contra las noticias falsas, los bulos y la propaganda teledirigida del Gobierno. No necesitamos a Ana Pastor con su herramienta Newtral para que nos diga de parte del gobierno qué se puede publicar y qué no. Qué podemos difundir en nuestros círculos y qué otras informaciones hay que eliminar. Es vomitivo pensar que un servicio así -prestado al partido que gobierna- pueda coartar la libertad de difundir información, por mucho que no les guste lo que se dice. Desprende un claro tufo a censura.
No lo están haciendo bien. Hasta ahí es comprensible por lo novedoso y repentino de esta pandemia. Pero se empeñan en seguir sacando músculo en cada acto, con cada decisión que toman. El presidente Sánchez comparece haciendo un alegato a la unidad, y sigue sin llamar a los portavoces de la oposición para consensuar las políticas de Estado. No les convoca, ni le importa. Quiere amor incondicional y sin fisuras, a cambio de nada. Llena sus discursos de nombres plagiados de otras épocas: “Operación Balmis”, “Plan Marshall” o “Pactos de la Moncloa”. Hasta en eso es chapucero.
Los escasos test disponibles no dan para cumplir con su cometido; proteger a quienes les sustentan en el cargo
El cómputo que cada día nos ofrece el Gobierno solo incluye a los diagnosticados –que representan a una pequeña parte de los enfermos-. Los escasos test disponibles -y los que encargó el Gobierno y llegaron defectuosos, o los incautados por Turquía- no dan para cumplir con su cometido; proteger a quienes les sustentan en el cargo. Por eso es importante escuchar al pueblo. Al menos hacerlo a través de sus representantes políticos, de la totalidad de ellos.
El Gobierno no debería prescindir del control del Parlamento. Ahora, más que nunca, es de una transcendencia evidente. Necesitamos que se oiga a los representantes del pueblo expresarse, pedir cuentas al ejecutivo y exigirles mayor profesionalidad y acierto en sus decisiones. Aunque algunos demonicen a la oposición como si fuesen a acabar con sus idílicas vidas.
Siempre he defendido un sistema de representación política territorial –como el que se practica en EEUU-. El congresista debería ganarse el favor de sus votantes, en listas abiertas. Tener una oficina donde atender las demandas de los vecinos a quien representa y rendir cuentas de las políticas nacionales de su partido que repercuten al lugar donde vive. La soberanía reside en el pueblo, y este debe tener el poder expropiatorio de las decisiones del político, y no al contrario.