¿Amor líquido o libre?
El amor romántico ha experimentado una evolución y un proceso de expansión paulatina hasta instalarse en el imaginario colectivo mundial como una meta utópica a alcanzar

El amor es una construcción humana sumamente compleja que posee una dimensión sociobiológica y una dimensión cultural. Ambas dimensiones influyen, modelan y determinan las relaciones eróticas y afectivas entre los seres humanos, sea cual sea su orientación sexual o su identidad generizada. Tanto la sexualidad como las emociones son, pues, además de fenómenos físicos, químicos y hormonales, construcciones culturales y sociales que varían según las épocas históricas y las culturas.
El amor se construye en base a la moral, las normas, los tabúes, costumbres, creencias, cosmovisiones y necesidades de cada sistema social, por eso va cambiando con el tiempo y en el espacio.
Entre las pautas amorosas que cambian entre las culturas encontramos que existe una enorme variabilidad de comportamientos, normas y costumbres.
El amor romántico ha experimentado una evolución y un proceso de expansión paulatina hasta instalarse en el imaginario colectivo mundial como una meta utópica a alcanzar
Con respecto al amor llamado amor romántico o pasional, sin embargo, existe una polémica abierta: la mayoría de los autores coincide en señalar que éste es exclusivo de la cultura Occidental y que es heredero del amor cortés del siglo XII, con los trovadores provenzales que cantaban a la amada y al amor.
Desde esta perspectiva, puede afirmarse que el amor romántico ha experimentado una evolución y un proceso de expansión paulatina hasta instalarse en el imaginario colectivo mundial como una meta utópica a alcanzar, cargada de promesas de felicidad.
Evidentemente no es más que una excusa social. Había que proteger a la parte más débil de la misma, la mujer, cuya única salvación era llegar a ser la esposa de. Y esto se conseguía por imposición familiar (se le buscaba un marido) o bien lo elegía ella (o era elegida por un muchacho casadero) a través de una simpatía instintiva y espontánea, pero sin mayor artificio o planificación.
La Iglesia contribuyó a la salvaguarda permanente de la mujer anunciando la eternidad del mismo, como exigencia divina lo que Dios una no lo separe el hombre.
Desde la boda hasta el día de la muerte, había que aguantar todo lo que fuese necesario. El matrimonio era una cruz. Y todo cristo (nunca mejor dicho) debía apechugar con ella.
Decía una zarzuela aquello de que: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Esos lo podemos aplicar a los tiempos: hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad. Y sí, los tiempos van cada vez más rápidos y no nos da apenas ocasión para asimilar tanto cambio. De tal modo es así que el sociólogo Zygmun Bauman se asombra tanto que escribe aquello de que son tiempos líquidos. Cuando habla del amor, líquido por supuesto, afirma que se caracteriza por la fragilidad de los vínculos humanos desarrollados en la postmodernidad; si antes las relaciones objetales eran más largas, ahora son desechables. Me relaciono con alguno y lo desecho y me debo relacionar con otro, de otras características. El pobre se queda ojiplático con tanto trajín amoroso. Las relaciones humanas, especialmente las amorosas, ahora que la mujer no aspira únicamente a ser esposa para sobrevivir, ¿deben seguir estando regidas por aquellos principios que velaban por su seguridad como seres desprotegidos? El hombre dio la explicación, sin saberlo ni pretenderlo: el Don Juan. Vivo mi vida, ligo lo que quiero sin mayores compromisos sociales. Y me lo paso pipa. Ahora la mujer dice: y yo también lo puedo a hacer y empiezo a atreverme a realizarlo. Todavía dentro de los cauces sociales de establecer una pareja. Sólo que no tengo que aguantar que sea para toda la vida y el matrimonio se convierta en una cruz. Se ha secularizado todo y el dicho: para una vida que tenemos, no seamos desgraciados. La sociedad lo ha entendido y se ha hecho flexible hacia los esquemas rígidos -pero necesarios para entonces- del pasado. La liquidez de los tiempos no deben ser señal de otra cosa sino de condescendencia y de libertad.