Mala jeta trae La Cara del Moro
Ahora manda Puigdemont gobernando Sánchez, y Alicante es el trasero donde els Països Catalans pierden su honesto nombre

Cuando le han preguntado Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana sobre qué le parece el nuevo Gobierno de Sánchez, adelantándose a Génova 13, donde en ese mismo momento se reunía el Comité de Dirección del PP en su máximo ámbito nacional, el alicantino ya ha mandado recados a La Moncloa, obviamente muy enconados, pero no por ello menos razonables y razonados: “No hay presencia valenciana, ni en peso específico respecto a otras Autonomías, ni en carteras ministeriales importantes”. En definitiva nuestra Comunidad “ha vuelto a quedar ninguneada” en asuntos tan sustanciales como el agua, que implica directamente a nuestra provincia atacada por otra pertinaz sequía, y en consecuencia necesitada de ampliación y conexión en futuros trasvases si queremos salvar gran parte de nuestras exportaciones de productos hortofrutícolas y agricultura de primor; como también ha remarcado la ampliación tanto de obra como logística del puerto de Valencia capaz de competir con Barcelona y Algeciras, del de Alicante capital, más olvidado que la Antártida; y también, como no podría ser de otra manera en una primera declaración circular: la cerámica como principal industria I+D exportadora de Castellón.
Ahora manda Puigdemont gobernando Sánchez, y Alicante es el trasero donde els Països Catalans pierden su honesto nombre
La ciudad de Alicante, cuyo centro y aledaños siguen tan levantados como si hubieran pasado por ellos Hamás y después el ejército israelí, mal lo tiene con el próximo Gobierno socialista y su anexo Sumar, que acaba de dinamitar el viejo cuartel universitario de Podemos todavía parte del consistorio alicantino, aunque adversario de siglas en una posición que ni huele ni mancha como el moco de pavo.
Puestos a enumerar y sin ir más lejos, la remodelación ferroviaria en profundidad para futuros intermodales; el ya mentado puerto que más parece para embarcaciones de recreo y pesca de bajura, donde resulta poco menos que anecdotario ver anclar buques de contenedores o graneleros; ampliar las salidas hacia el centro y hacia el sur, que hoy ya son vías netamente urbanas de interconexión entre grandes barriadas y por tanto sufren atascos añadidos; y, por último, echando mano de los fondos europeos tan cacareados, ampliar muy considerablemente el número de plazas en nuevos aparcamientos públicos que compensen la fuerte peatonalización de todo el centro urbano, con el consiguiente estrechamiento de carriles automovilísticos; y por cierto, los carriles para bicis y sobre todo patines, se están convirtiendo en peligrosas gincanas sufridas por los viandantes, auténticos “forcados” evitando embestidas de dos ruedas.
Claro que ahora manda Puigdemont gobernando Sánchez, y Alicante es el trasero donde els Països Catalans pierden su honesto nombre. Y si en Madrid no sabemos, o podemos extraer la parte alícuota a nuestros impuestos, en Bruselas es que ni siquiera nos conocen.
Mal lo tiene Luis Barcala cuando levanta la vista hacia la simbólica Cara del Moro bajo el turbante de Santa Bárbara, observando cómo su imaginaria lágrima no es de lluvia, sino de impotencia habiendo perdido la antigua capitalidad de facto, aunque, de momento, no de iure. Y, por otra parte, el propio Carlos Mazón debe evitar que, como le pasó a su preceptor Eduardo Zaplana, en el Cap i Casal lo tilden de parcialidad alicantinista. Si bien. Ni Mazón ni Barcala deben olvidar el origen de los votos que los elevaron a los niveles políticos que hoy ocupan, por aquello de bien nacidos.