Por esta vez nos hemos librado
¿Se imaginan qué hubiera pasado si con todo el centro urbano levantado por obras, como estamos ahora, nos cae la del 97?

Siempre hemos mirado a los meteorólogos/as (o a quienes prestan figura y voz) en esa parte imprescindible por comunalmente necesaria de los informativos donde se cuenta el pasado climático inmediato, y se anuncia lo por venir en las próximas horas y días. De alguna forma no hemos cambiado demasiado desde aquellos tiempos del Antiguo Egipto en que el pueblo acudía a los distintos templos (hoy canales mass-media) para que sacerdotes y sacerdotisas, último peldaño de comunicación entre los dioses y los hombres, pidieran información a sus sagradas divinidades sobre cómo transcurría el rio Nilo, fuente de la alimentación y de la vida egipcia, en su próxima bajada desde el Largo Victoria hasta su ramificada desembocadura en Alejandría.
Ayer se dio por finalizada la Dana (Depresión Aislada en Niveles Altos) en su siempre impredecible paso por la península ibérica; lo de “impredecible” es argumentario de universitarios en diferentes disciplinas (diversas ingenierías, matemáticas, geología, química, física, incluso periodismo, lo completan su formación con esta especificidad geoclimática. Ni a observatorios meteorológicos, ni toda una red de satélites y radares específicos circundando el planeta, pueden puntualizar cuándo, dónde, cómo y cuánto van a caer las cataratas celestiales en forma de errática gota fría.
Obviamente hemos avanzado mucho desde las molestias reumáticas u óseas y el Calendario Zaragozano, pero no lo suficiente como para prevenir con suficiente y garante antelación las medidas defensivas para protegernos de una tornadiza naturaleza indiscriminadamente tan tormentosa en apenas unas horas, como inamovible durante meses: diluvios versus sequías.
¿Se imaginan qué hubiera pasado si con todo el centro urbano levantado por obras, como estamos ahora, nos cae la del 97?
Todavía recuerdo haber vivido e informado como periodista las dos gotas frías más recientes: la primera el 19-20 de octubre de 1982 y otra siguiente del 30 de septiembre de 1997. En la primera nos tuvo que sacar una lancha de la Guardia Civil por estar aislados en una colina convertida en isla; en la segunda escapamos (el gráfico que tenía que llevar su trabajo filmado al periódico – no existían los móviles, salvo maleteros – y un servidor que pudo dictar su crónica desde un walkie talkie del ejército. En ambas inundaciones hubo muertos, mucho derrumbe e infraestructuras destrozadas tanto por la fuerza de los desbordamientos como por la posterior anegación.
Cuando las aguas volvieron a su cauce, y se baldearon los barros, inmediatamente pedimos explicaciones y soluciones a expertos como Jorge Olcina, nuestro catedrático climático, y a políticos con mando en plaza, empezando por el alcalde Lassaletta (1982) y siguiendo por Díaz Alperi (1997). El bueno de Jorge nos explicó que estábamos en una zona semidesértica y muy impredecible en esas actitudes sobre el comportamiento de las gotas frías, y que la solución estaba en el urbanismo indiscriminado que no respetaba ni barrancos ni depresiones; y en las convenientes canalizaciones tanto en ramblas naturales, como en tuberías de suficiente diámetro como para evacuar las aguas de una ciudad donde confluyen las pendientes hacia el mar. La historia testificó las mismas desgracias seculares.
Lassaletta, metido en planes generales de ordenación urbana, diseñó mucho sobre plano, pero apenas llevaría a cabo alguna obra civil de alivio para próximas riadas. Alperi, eso hay que reconocérselo, enterró bastante presupuesto en entubar al menos la zona centro, y despejar el barranco de San Gabriel donde solían confluir las brutales torrenteras. Pero desde entonces acá el municipio del Alicante capitalino no ha sufrido otro aluvión en indiscriminado y calamitoso raudal de Dana, por eso todavía desconocemos si en la praxis, más o menos sorprendente, nuestras infraestructuras viarias resistirán un nuevo embate desaforado.
¿Se imaginan qué hubiera pasado si con todo el centro urbano levantado por obras, como estamos ahora, nos cae la del 97? Mejor ni pensarlo y rogar a los cielos que no descarguen, y al Ayuntamiento de mandar que terminen pronto, tanto por lo que pudiera sobrevenir, como por la incomodidad soportada por un ciudadano que tiene que ir salvando laberintos de vallas, tragando polvo y localizando entradas inseguras a cualquier comercio, despachos o viviendas.
Esta vez la Dana nos ha pasado por el norte, pero el otoño de sus terribles visitas no ha hecho más que empezar.